8/7/14

Una humillación para la historia


 Alemania jugará la final de la Copa del Mundo de Brasil tras infligir a la 'Canarinha' la derrota más humillante de la historia del fútbol. Siete goles anotaron los germanos, que acabaron tocando la pelota entre los olés del público.

Tenía razón Luiz Felipe Scolari cuando hablaba de un 'complot' de la FIFA para evitar que Brasil levantara esta Copa del Mundo. Eso sí, se olvidó de decir que el 'maléfico plan' pasaba por enfrentarles con Alemania, que sólo tuvo que jugar al fútbol como sabe para infligir una derrota tan humillante que no se recuerda nada igual en la historia del fútbol.
0-5 a la media hora de partido y caras de incredulidad en un Mineirao que en esos momentos era lo más parecido a un platillo volante, porque alemanes y brasileños parecían marcianos en un escenario absolutamente irreal.
Claro está que para que pase un cataclismo de esta magnitud hace falta que converjan muchos elementos. Las cosas, al menos eso nos dice la ciencia, no pasan por casualidad. Los dinosaurios no se extinguieron en una mala tarde, lo mismo que esta Brasil de Scolari no ha sufrido una humillación de tal calibre por las simples ausencias de Neymar y Thiago Silva, que siendo importantes no explican por sí solas este descalabro mayestático.
Brasil, la peor Brasil que uno recuerda, se había traicionado en pos de un sueño, ganar una Copa del Mundo que el fútbol le debía desde aquel fatídico 'Maracanazo' de 1950. Esa al menos era la impresión generalizada en el país del fútbol, la nación que había elevado este deporte a la categoría de arte.
La traición, huelga decir, consistió en despreciar el juego y apostar por el resultado, como si ambas cosas no fueran de la mano. Su plan pasaba por defender con uñas y dientes, sostenido por una gran pareja de centrales, y dejar que Neymar hiciera el resto, como antes lo habían hecho gente de la envergadura de Pelé, Romario o Ronaldo.
Ninguno de los tres, por cierto, jugó en la Brasil del 82, esa selección que ni siquiera alcanzó las semifinales pero que pasó a los anales del fútbol por su maravilloso virtuosismo. Esta en cambio sólo dejará dolor y pesar, porque el golpe es tan contundente que no habrá forma de digerirlo.
Ríanse ustedes del 'Maracanazo', que pasa ahora a ser casi una mera anécdota. La conclusión es sencilla: Brasil tendrá que reinventarse y volver a los orígenes si quiere recuperar el respeto de sus aficionados y los del mundo entero.
El otro elemento en juego en este capítulo inaudito de la historia del deporte rey es Alemania. El fútbol de Alemania, para ser más exactos. Esa Alemania que se miró en España -por qué no decirlo si es verdad- para recuperar los cetros europeo y mundial.
El catálogo de tiralíneas desplegado por los germanos acabó por desesperar a una 'Canarinha' superada por las circunstancias. Sólo así se explica que llegasen hasta cuatro goles en seis minutos de frenesí futbolístico teutón. Antes había marcado Müller en un córner muy mal defendido por los anfitriones pero el cataclismo definitivo se gestó en esos seis minutos que ya forman parte de la historia más gloriosa del 'Mannschaft'.
La segunda parte, con Brasil tirando de orgullo en los minutos iniciales y Neuer multiplicándose para atajar sendos disparos de Óscar y Paulinho, acabó por certificar el desastre, pues llegaron dos nuevos tantos de Schürrle.
Y pudo llegar un octavo, pero Özil no estuvo fino en la definición y, de paso, propició un contragolpe en el que llegó el único tanto brasileño de la noche, obra de Óscar cuando el reloj indicaba los 90 minutos reglamentarios.
El 1-7 final es un aviso en toda regla, un aviso para aquellos que prefieren los atajos en vez del esfuerzo sostenido que exige el respeto por la pelota. Alemania lo entendió a tiempo y está de vuelta en una gran final. Ahora falta saber qué camino coge Brasil.
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